domingo, 24 de enero de 2010

Silbido

La otra vez hablaba sobre los dos cuentos con los que gane el Cuento Varas y el concurso del inmaculada concepción de Puerto Varas. La historia de a continuación es Silbido, con el cual gané el Cuento Varas, que quiero recordar fue un concurso a nivel escolar comunal. Disfrutenlo

Silbido.

Silbido, crujido, grito. Silbido, crujido, grito. Silbido, crujido, grito. Los sonidos comunes de la mina.

Caminando con la caja llena de piedras que serán usadas en el castillo. Silbido, desgarro. El viajo a mi lado cayó con el cráneo abierto, botando un charco de sangre. Sentí una punzada de dolor y la vista se me nubló. Solté una maldición por lo bajo, mientras caminaba ante la vista avizora del guardia, que me golpeó por haberme detenido. El olor a sangre, sudor y putrefacción subía desde el agujero de los cadáveres, hasta donde estábamos los esclavos aún vivos.

Silbido, crujido, grito. Silbido, crujido, grito.

Una columna de humo de color blanco grisáceo subía a través de los agujeros del suelo. Era la señal del descanso. Dejé la caja en el suelo y caminé hacia unas rocas planas. Cuando me senté, me sentí desfallecer de hambre.

Mis ojos se pusieron vidriosos. Intenté aguardar las lágrimas. Me prometí a mí mismo no llorar, permanecer con dignidad hasta el fin, cuando se llevaron a mi madre al fondo del agujero. Al lugar de donde nadie regresa.

Sonreí recordando sus ojos color café chocolate, que te saciaban con sólo mirarlos aunque fuera de manera fortuita, y su voz aterciopelada e impregnada de una dulzura sin igual. Recordé sus gestos, la forma en que se movía y hablaba. No. Debía aguantar por ella. Por mí.

Grito, silencio, sollozos. Suspiré. Otra persona con familia que perdía la vida por edad, discapacidad o diversión de los guardias. Grito. Miré hacia arriba, orando por una salvación que sabía no llegaría. Grito. Grito. Grito. Agudicé el oído. Se oían ruidos metálicos, como de una pelea con armas. No estaba seguro. He pasado toda mi vida en la mina. Nací y crecí entre gritos, dolor y sangre.

Mamá, mamá, te necesito.

Júbilo. Levanté una ceja. Lentamente me levanté. Se oían peleas, gritos y golpes. La esperanza había muerto en mí hace 19 años. Nací hace 19 años.

Látigo, látigo. La cantidad de sonidos, olores, colores y sensaciones era inmensa. Alegría, júbilo, euforia y… esperanza.

Disparo. Temí lo peor, pero el sonido y el olor a pólvora llegaron acompañados de euforia. Me levanté. Todos corrían hacia la salida. Hacia la salvación. Era un caos.

Entre toda la confusión, escuché el grito de auxilio de una mujer.

Corrí, con todas mis fuerzas, movido por una energía que jamás sentí. La voz me recordaba a mi madre.

Una chica como dieciséis años estaba siendo acorralada por un guardia herido. Me lancé hacia la cara del hombre con ansias de sangre. Sentí una lluvia de golpes y cuando estaba en el piso, supe que iba a morir. Él jadeaba, con una pistola apuntándome. Observé su sonrisa loca que exhibía todos sus dientes. Cerré los ojos esperando el disparo. Sonó. Una lluvia de sangre saltó hacia mi cara. Cuando abrí los ojos estaba empapado en el líquido rojo, el guardia tenía la cabeza destrozada y la chica, los ojos ausentes. Frente a mí se alzaba un hombre alto con una pistola en la mano.

- Os hemos venido a rescatar-, dijo él.

Rompí a llorar.

Silencio

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